jueves, 23 de marzo de 2017

EL PROBLEMA JUDÍO ALFONSO CASTRO

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En este libro se habla de la enorme batalla que libra Occidente con los siglos, con los largos siglos que en un fanatismo ha crecido y amenaza estallar en amargos y ensangrentados frutos. El problema judío no es un problema del siglo XX. Se ha gestado durante lapsos enormes, ha ido acumulando energía a través de las edades y ha buscado siempre un punto de escape, sin encontrarlo. Es ahora cuando, desesperado, impaciente, acude a los últimos extremos y amenaza al mundo entero. Porque es éste otro dato que le da singular importancia: no se trata de un problema parvamente localizado, no es un problema de región, de comarca, ni siquiera de país. Es problema del mundo y, por consiguiente, problema de la humanidad.

Los judíos se han dispersado y han invadido toda la curva superficie del mundo, llevando a dondequiera sus viejos usos, su ancestral orgullo, su fanatismo sin par. Están en el mundo entero. Y con ellos, en ellos, están ese sentimiento, esa pasión racista que todo quiere subordinarlo y humillarlo, que pretende exaltar al pueblo de Moisés al rango de amo de los hombres. Dura, áspera voluntad gobierna a esa pasión. Consideran los judíos que su pueblo es el "elegido del señor", el llamado por Jehová a los grandes destinos. Y persuadidos de ello, ante nada retroceden, ningún escrúpulo los detiene, miran en todo aquel que no es judío un ser inferior, acaso menos que un perro, al que no debe tenerse ningún respeto, al que nada es debido.

Ese tipo de racismo feroz, que ni siquiera acepta como humano a lo que no es judío, ha sido empujado lentamente a través del tiempo, implacablemente, con un sigilo y con una astucia casi inhumanos. Parece imposible, en ocasiones, que seres con figura humana, como los judíos, sean capaces de alimentar tanto odio y tanto desprecio a seres de figura humana como son los hombres no judíos.

Sin embargo, esa es la realidad. El judaísmo clava su garra ávida y feroz en la carne de la humanidad, y lo hace con un supremo desdén, sin la menor piedad, como si en sangre no humana la hundiera. Desde mucho, desde antes de Cristo, desde antes de Confucio, desde antes, pues, de todo principio de civilización, ya los judíos eran enemigos de la humanidad, ya los acosaban para encadenarla, para atarla a su indomable y secular orgullo.

Por eso tradicionalmente, el judío aparece como el enemigo del hombre. Ahogado en su pasión racista, el judío nunca ha querido el bien del hombre, antes al contrario, ha sido su constante enemigo, y todo lo que es, inteligencia extraordinaria, voluntad inquebrantable, lo dedica a perseguir al hombre.

¿Cómo? ¿Por qué medios lo hace? El libro de Alfonso Castro lo indica, y lo indica con tan diáfana claridad, que en él se siguen todas las pausas del gigantesco y milenario duelo: el duelo de los judíos con la humanidad. Duelo enorme, duelo fantástico que carcome todas las épocas; pero que, sin embargo, no se sabe cuándo empezó.

Sería imposible precisar en qué momento apareció el reto judío y en cual otro ese reto se resolvió en actos; pero la búsqueda paciente deja saber que, desde que se tienen noticias históricas y, más todavía, desde la protohistoria, el judío aparece hostigando al hombre, acosándolo como una bestia salvaje. Desde siempre el judío aparece como el enemigo del hombre, un irreconciliable enemigo del hombre que, sin provocarlo a la lucha abierta, franca, trata de caerle por la espalda para atarlo y, atado, disponer de él a su arbitrio. Los viejos textos, los acontecimientos que el polvo ha cubierto, proclaman todos por igual que el odio judío no ha dejado de buscar el modo de hacer esclava a la humanidad. Animados los judíos por su sentimiento de raza sin par en la historia, animados por un impecable rencor a todo lo que no sea su raza, todo lo combaten; mas tan sutil, tan pérfidamente, que con frecuencia el ataque no se nota, que los ingenuos ni siquiera llagan a creer que tal ataque pueda existir.

Para demostrar que sí existe, ha escrito su libro Castro. Libro sin pretensiones, libro preciso, claro y sobrio. En él, la voz guarda siempre el acento sencillo y humilde del que dice la verdad desde lo más hondo de sus entrañas, del que no aspira a impresionar, sino a convencer. Eso es EL PROBLEMA JUDÍO.

Libro de un dramatismo pavoroso, dice de la lucha con tan limpio acento, con amenidad tan grande, que incluso los que dudan del problema judío incluso aquellos que no creen en la amenaza judía, se ven arrastrados de página en página, siguiendo un drama que, para los que creen y temen, es pavoroso, para los que no creen y temen, es magnífico por la grandiosidad del escenario y por las dimensiones de los personajes.

Rubén Salazar Mallén.



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